viernes, 1 de febrero de 2013

Amar también es amar en la sombra


Hoy, a día de hoy, afirmo, sin temor a equivocarme, que aún camino por la vida con sombras. No estoy en un estado continuado de lúcida calma y bienestar, ni creo, humildemente, que los demás lo estén tampoco, pues, de ser así, la misma fuerza que ese campo luminoso compartido generaría, haría, me imagino yo, que no estuviera ahora mismo escribiendo estas palabras, y haría también que todas mis sombras se esfumaran en cuestión de minutos o pocos días.
Pero hete aquí que aún me habitan las sombras en forma de derrotismo, cansancio, aburrimiento, rabia, tristeza, apatía y desesperación, por mencionar tan sólo algunos de los trajes con que la sombra se viste cuando llama a mi puerta para hacerme una visita. Y una vez asumido el pulular de las sombras en mí, también me doy cuenta de que, al amor perfecto que me compone, le toca la nada fácil tarea de amar en, a y con las sombras. Y ahora que me hago plenamente consciente de que todas mis relaciones vienen con una dosis sombría, se me presentan básicamente tres opciones:

a) pretender que sola me basto y sobro, aislándome así del mundo y sus disparates dolorosos, convertirme en una eremita, una solitaria, una loba esteparia a lo Hesse, una que traza una afilada línea que divide el mundo entre "lo que pasa ahí fuera" y lo que yo soy y me incumbe.

b) seguir buscando gente, idearios, estrategias, grupos o causas que no me causen dolor nunca más, o

c) la que escojo hoy por ser la que me parece más realista y sabia, más compasiva y cálida, a saber: reconocer que en mi mundo relacional con el otr@, mundo regido por la ley del dar y recibir desinteresado y afectuoso, me toparé, tarde o temprano, con las sombras del espíritu de esa relación. A día de hoy, aún no he tenido ninguna relación personal íntima y enjundiosa en la que no haya aparecido, como una estrella cegadora y abrasadora, la sombra de la relación. Una sombra a veces de tal tamaño y envergadura, que me han dado unas ganas quasi-incontenibles de salir corriendo y jamás volver a echar la vista atrás, ni adelante tampoco, por miedo a toparme con cualquier otra persona a la que me apetezca amar, y tener que volver a vérmelas con el monstruo tocaovarios de siempre. Y mira por donde hoy, que una sombra nos salió al paso rugiendo en una conversación telefónica con una mujer a la que aprecio mucho, y, después de recuperar el ritmo cardíaco y colgar el móvil, he visto ante mí dos caminos a tomar:
1) el habitual: separarme de alguna manera del otr@ con discursos que atenúen el dolor tipo "es su karma", "está equivocad@", "hay una diferencia vibracional", "algun@ de l@s dos es culpable", etc, etc... o
2) (y ésta es la que escojo conscientemente ahora) quedarme junto al otro en la sombra como única vía posible de hallar algún día la paz duradera.

Estoy dispuesta a amar en la sombra, a la sombra y con la sombra, es decir, a transitar, cogiditos de la mano, el monstruo aterrador que amenaza con separarnos justo cuando parecía que todo iba de maravilla y que, por fin, habíamos encontrado el uno en el otro a un buen compañero, amigo, grupo, vecino o mascota. Y en mi recorrido por la sombra contigo, estoy dispuesta a no soltarnos, a recordar lo que verdaderamente nos une, en definitiva, a amarnos también cuando nos equivocamos o cuando sacamos del maletín secreto de terciopelo negro nuestros mejores puñales, para clavárselos, a ser posible por sorpresa, a quien supuestamente queremos.
No nos abandonemos en los momentos de debilidad, no nos abandonemos por no ser siempre perfectos, por cagarla alguna vez como le pasa a todo hijo de vecino.
Agarrémonos con fuerza y disipemos con confianza la sombra, riámonos de ella, tirémosle insecticida, o caguémonos de miedo juntos, hagamos una performance, o echémonos la bronca en do mayor, con micrófono y peineta incluidos... pasemos juntos el oscuro túnel del tren de la bruja que ha opacado, parece, la gracia de nuestra relación. Si nos quedamos juntos a oscuras, juguemos a las tinieblas, al escondite o a meternos mano, pero no empecemos a darnos de puñetazos a ciegas, creyendo que el otro es el enemigo a batir. Pues siento que si no encontramos la manera de sostenernos con ligereza en el momento en que Belcebú hace su aparación con su horda de miedos paralizantes, estamos irremisiblemente condenados a una soledad sin fin. Ya te digo, no soy perfecta ni estoy siempre lúcida. Creo que a ti te pasa lo mismo. Pero tengo ganas de restarle importancia a los malos momentos y de no causar más daño añadido. Si no nos amamos también en las sombras....¿cuándo nos amaremos entonces? ¿Habrá que esperar hasta la segunda venida de Jesús o hasta que todos ascendamos a la quinta dimensión? No me apetece esperar a que eso suceda, si es que ha de suceder como el común de las gentes lo imagina...

Te propongo quedarnos juntos cuando la pesadilla irrumpa gritando entre nosotros, hagámoslo juntos, sin menoscabo y con independencia de nuestra propia responsabilidad y trabajo personal: surquemos juntos las aguas amenazantes de la sombra del espíritu de nuestra relación para poder seguir viviendo en el amor que nos tenemos y llegar, finalmente, abrazados y victoriosos, a esa orilla tranquila que existe más allá de nuestras heridas abismales.