domingo, 19 de mayo de 2013

Seguro a todo riesgo

La mente...esa maravillosa herramienta de juego. La mente...que se desequilibra y enfebrece cuando dejamos de jugar con espontaneidad, cuando el cuerpo en su totalidad asume el comando de que no puede hacer en todo momento lo que siente y quiere hacer. Entonces, la parálisis del cuerpo o de parte de él es compensada con una hiperactividad mental que nos deja hechos polvo y, básicamente, aburridos.
El lugar más seguro del mundo es cada instante vivido con naturalidad y espontaneidad, donde el principio vital del placer nos guía con mano firme en la aventura de la vida. El gran reto adulto es recuperar el espíritu de juego que nos es inherente, y recordar que ahí se halla nuestro hogar más seguro. Atrevámonos a jugar siempre porque ahí habita la vida de verdad, la buena vida, la que merece el regalo de existir, lo que somos.
Atrevámonos a jugar y jugar con la sencillez con que lo hacíamos de niños, pues fuera de esa condición natural sólo existe un desequilibrio sufriente.
La mente no es mala, es parte de lo que somos, y es una magnífica pieza en el entramado corporal cuando estamos en la honestidad de ser, decir y hacer en cada momento lo que sentimos. En esos momentos, la mente está perfectamente engrasada con el resto de nuestra totalidad, y se divierte y disfruta con todo el conjunto del que forma parte. Pero si mutilamos tan sólo uno de nuestros impulsos naturales, entonces la mente empieza a asumir funciones de compensación no naturales que nos generan malestar.
Te propongo asumir el seguro más blindado del mundo, un seguro a todo riesgo: síguete siempre a ti mismo, digan lo que digan los demás, digan lo que digan las normas, reglas y obligaciones del mundo. Atrévete y descubrirás la puerta estrecha por donde se recupera de nuevo el reino de los cielos. Atraviésala y te encontrarás conmigo, con todos, jugando inocentes y tranquilos, y verás que no nos falta de ná.
Atrévete, por favor, y así, entre todos, será aún más fácil vivir alegres y ligeros.

martes, 14 de mayo de 2013

La cigarra y la hormiga

Había una vez una cigarra saltarina, que gustaba de brincar de instante en instante, pues está era su naturaleza. Se deleitaba en contemplar las hojas húmedas en la aurora, los rayos cambiantes del sol y los sonidos infinitos de la naturaleza. De su eterno juego y despreocupación nacían miles de historias, canciones y poesías, que la cigarra compartía con quien apareciera en su camino. Por las noches, se acurrucaba bajo el tallo de alguna planta y se cubría con alguna hoja fresca. Se quedaba dormida escuchando la suave nana de las estrellas y el rumor de la tierra oscurecida.
Había una vez un regimiento de hormigas, que gustaban de madrugar y salir en hileras perfectas a recoger alimentos y materiales para construir y mantener su estupendo hormiguero, pues ésta era su naturaleza. Abrían bocas de túneles y perforaban con sus patitas la tierra, iban y venían arrastrando migas de pan, pedazos de frutos secos, trozos de piruletas y hasta gominolas. De su organizado trabajo nacían extensos hormigueros subterráneos con varias recámaras y hermosas despensas repletas de todo tipo de alimentos. Trabajaban todo el día y por las noches se recogían en el hormiguero para descansar en la telúrica quietud del interior de la tierra.

Cuando se aproximaba el invierno, la cigarra empezaba a pasar un poco de frío y el alimento escaseaba. De ahí que su inspiración menguaba y se ponía melancólica recordando la paz que da el hogar.

Cuando se aproximaba el invierno, las hormigas dejaban de salir a sus trabajos cotidianos y su amado trabajo patrullero escaseaba, de ahí que su actividad menguaba y echaban de menos divertirse de alguna manera que les hiciera el invierno más llevadero.

Por eso, un día de finales de otoño, la cigarra tocó a la puerta de un hormiguero.
-¿Qué quieres?-dijeron las hormigas con sus finas voces aflautadas.
- Techo, alimento y compañía-respondió la cigarra un poco ronca.
-¿Qué traes?-le volvieron a preguntar las hormigas.
- Cuentos, canciones, poemas e historias sin fin-dijo la cigarra.
De la boca del hormiguero salió un clamor de alegría y excitación.
-Pasa, pasa-le gritaron todas las hormigas a la vez-nosotras te cobijaremos y tú nos divertirás con tus historias.
Y así ha sido desde entonces: las hormigas esperan con alegría a la cigarra a principios de cada invierno y ríen y cantan en los meses de reclusión estacional; y la cigarra salta con alegría el resto de año sabiendo que sus aventuras alimentarán las horas de ocio de las hormigas y que tendrá techo, comida y amistad en los meses de frío.
Y así, todas siguen su naturaleza y se complacen las unas a las otras, pues la cigarra no sabe organizar una despensa ni construir casitas subterráneas, y las hormigas no saben componer canciones ni inventar historias.
Y colorín colorado, el cuento del compartir confiado ya se ha terminado....