sábado, 29 de agosto de 2015

El veganismo es "the only way out"


    El origen del señorío sobre todo lo que habita en la Tierra tiene sus raíces en el Génesis, donde un tal sospechoso marimandón Yahvé le confirió al primero de a bordo (un varón) la potestad para mandar de todo lo que se meneara sobre la faz de la tierra: mujer, hijos y bestias. Ya en las primeras definiciones de los Códigos Romanos de Derecho Civil más arcaicos, se recogió esta idea y se definió la "patria potestas" (o poder de los padres) como "El derecho del padre de familia a decidir sobre la vida y la muerte de todo lo que morara bajo su casa o domus (de ahí viene el término "doméstico"): mujer, hijos, animales y esclavos". La tierra, también, quedó a merced del varón, con todos sus frutos. En pocas palabras: el hombre, el pater, el patriarca, quedaba entronado como un microdios que podía hacer lo que quisiera con sus "pertenencias familiares",  las cuales abarcaban también a los seres vivos. Podía matarlos si quería (siempre que justificara la rebeldía previa de sus subordinados), sin que su decisión de hacerlo constituyera un delito bajo dichas circunstancias correctivas (que huelga decir, eran harto laxas y refrendadas por el resto de paters); en su status de dios (léase "sujeto que se coloca por encima de las leyes de la sociedad para hacer lo que le dé la gana"), sus derechos eran también los derechos sobre la vida y la muerte de aquellos que no eran más que piezas orgánicas al servicio de su violenta economía personal. Aquí se aprecia de forma descarada ya la cosificación que se hace de los seres vivos, que pasan a estar desprovistos de dignidad, sentimientos y derechos, invisibilizados e idiotizados, todo con el único fin de hacer medrar al pater familias y de reforzar la idea de que su poder es omnímodo ( y omnívoro; ...que la relación de palabras no obedece a la mera casualidad...). La economía, desde entonces, se ha basado, primero abiertamente, y después más sutilmente, y siempre de momento, en la explotación, la muerte y la crueldad ejercida sobre otros seres, de ahí que más que economía, sea una tiranomía. Pues el término "economía" significa equilibrio o equivalencia de valores entre los símbolos objeto de comercio o comerciables ("res in commercium"); en lenguaje coloquial: la contraprestación, equitativa en valores, de los bienes y servicios que se ofertan y demandan por las personas. Ese equilibrio (y podemos ahora tener en mente una balanza de pesar para comprenderlo gráficamente) supone que lo que ponemos a un lado y a otro, está igualitaria y justamente valorado. De lo contrario, la balanza cae hacia un lado u otro (pues los sujetos del intercambio no reciben igual valor, y por tanto, tampoco sus servicios y trabajos), en lo que los economistas llaman "inflación" y "deflación". Es muy fácil: si yo establezco que una mujer vale menos que un hombre, ya he sentado las bases de la economía deficitaria, pues queda claro que la mujer habrá de poner el triple en el platillo de la balanza abusica para que equivalga a lo que da el varón. Uno de los sujetos, por ello, siempre perderá, haciendo al otro medrar en base a un enriquecimiento injusto. Veamos con claridad que para que eso suceda, primero alguien ha tenido, como en un Monopoly, que establecer la jerarquía de valores, en este caso, desigualitarios y tiránicos. Es imposible que sobre esa base se produzca jamás una economía saneada y saludable.
    Desde el inicio de la historia de la opresión, ésta se incardinó con una figura clara opresora (el pater) y las categorías oprimidas (que en aquel entonces se tenían por intercambiables y de igual o similar ralea entre sí: mujeres, niños, animales y esclavos). Esta simplista y horrenda configuración de la base de la economía del mundo, puede ahora hacernos entender, por ejemplo, la costumbre de trocar mujeres por ganado, o esclavos por animales, o esclavos por mujeres, o niños por ganado, o entregar hijas a cambio de dotes o de dinero..... Ya entonces los animales valían menos que nadie, y eran la categoría de los abusados de menor consideración, pues lo normal era que a cambio de una persona se ofrecieran varios animales, según el tamaño y utilidad de los mismos, utilidad que incluyó la abominable costumbre de comérselos también. Una mujer, como hemos leído en muchos textos antiguos, podía equivaler a un caballo, o a 10 gallinas, por ejemplo.
    Para poder abusar a alguien, primero hay que romperle el alma, el cuerpo, la integridad. Hay que privarle de su dignidad. Hay que generar un TRAUMA o ruptura psíquica. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la base de nuestra socioeconomía es la traumatización y el abuso. En este poco menos que psicopático modo de ser y de ver las cosas, origen del mal en el mundo nuestro, el valor más denostado es, lógicamente, el de la inocencia, a la que se ataca y destruye desde el minuto uno. Los animales, hoy en día, valen menos que nadie en este macabro juego económico, porque son los más vulnerables e inocentes de entre los seres sintientes. "Cuanto más inocente y bueno, peor te irá": éste es el mensaje de fondo que nos ha sido dado. De ahí que todos los seres humanos hemos debido de desarrollar una coraza caracteriológica que guarde secretamente escondido el tabú de los tabúes, el arma de destrucción masiva: que se nos ha traumatizado desde que vinimos a este mundo, y que sobre la base de ese silencio mudo de lo que todos sabemos en realidad, celosamente guardado por el pavor, yacen los locos cimientos de nuestra sociedad. Como buenos sujetos indoctrinados, guardamos el famoso pacto de silencio que algunos ingenuos creen que sólo a los illuminatti se les exige. Cuando la verdad es que todos "callamos como putas" cada día porque tenemos miedo, porque sabemos lo que les pasa a los disidentes, a los que exponen las verdades incómodas. Porque el que va digno pierde el trabajo, y el que habla abiertamente del carnismo, se queda prácticamente sin amigos. Todos y cada uno de nosotros somos parte de la Bestia.
    Se hace necesario, en este demente organigrama del psicópata, implantar la cosificación como algo normal, lo cual se logra mediante la traumatización de los individuos, que sólo se logra a su vez con violencia de toda clase y con un entrenamiento constante en la justificación del dolor o el abuso ( normalización de la violencia), que irá conformando, capa a capa, la coraza caracteriológica o ego que se hace preciso construir para sobrevivir en esa clase de sistema. El patriarcado considera que la inocencia y la vida no valen nada. Ése es su sistema de valores. Simple. Ése es el loco sistema de valores de la economía mundial, reflejo de su forma de pensar, de sus inconsciencias. Llevamos comerciando con la vida ajena desde hace milenios ya . Apoderándonos del cuerpo del otro, de la otra: trata de blancas, violencia de género, abusos a menores, holocausto animal, racismo, adultocentrismo, ablaciones, malos tratos, violaciones, asesinato en masa de animales diario.......¿ no son todos acaso actos de apoderamiento de la vida, del cuerpo del otro? Nada cambiará si esa base misma no se abandona. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, y siendo tan impactante e inaceptable como es, que la economía global se sostiene sobre el sufrimiento y la opresión, cuando no el asesinato planificado, de los sujetos oprimidos (mujeres, mano de obra infantil, industrias cárnicas, lácteas, peleteras...todas ellas se hinchan de dinero a cambio de poco o nada, de ahí que adquieran tamaño poder y nivel de beneficios). El animal es simplemente raptado, sin más, no se paga a nadie por él ( en el inicio del ciclo económico). Igual que en la trata de blancas: el bien de consumo no ha costado nada: se ha secuestrado o tomado a la fuerza, y ya. A partir de ahí, todo son beneficios. Pero....¿hay oferta sin demanda?
     Desde el inicio de la etapa patriarcal carnista, los distintos colectivos objeto de opresión han corrido desigual suerte en su carrera por la dignidad y la libertad, siendo  los hermanos negros o de piel morena y los niños los primeros en lograr cambios fuertes en el trato digno que se les debe; yo diría que en segundo lugar o en uno muy similar al de la infancia va avanzando la liberación de la mujer (que tira también de los niños muchas veces), y quedando en último y totalmente olvidado lugar, están los animales, los cuales, por su propia naturaleza, no pueden ser liberados sin la acción directa de los humanos. Entendamos que ellos no tienen la capacidad de hacerlo por sí mismos, nunca. Son como nuestros hermanos pequeños esperando que alguien rompa una lanza por ellos.  
    Una táctica de opresión que se usa para facilitar la misma, es la de crear subcategorías dentro de los sujetos oprimidos, de modo que entre ellos no se produzca la unión que haría peligrar el sistema de opresión. Así, a la madre se le da una dudosa autoridad en ciertas cuestiones atinentes a los hijos; a todos, desde luego, sobre los animales (que son los seres vivos más oprimidos de la historia de la tierra), y a la mujer y al niño sobre el esclavo. En la cúspide está el varón, que en versión microdoméstica representa el megasistema (la famosa pirámide con el ojo que todo lo vigila: el pater familias, el microdictador doméstico, el tirano dentro de la tiranía general, el enemigo dentro). Y cuando hablo del pater, lo hago, no en sentido de género, sino ya meramente en sentido de "actitud de control y abuso". En este loco organigrama del abuso, se reparte el poder cual puñado de migajas de subsistencia, y se pone a unos oprimidos contra otros manipulándolos adecuadamente con distintas y transversales zanahorias del poder de pacotilla que un sistema así, necesariamente, nos puede ofrecer.
    Consecuentemente, ninguna ideología de la liberación hecha por humanos será real si tiene puesto el velo especista en los ojos, y tengo la firme convicción de que éste es el último y más tupido velo a descorrer en la retina del ser humano. Pues la justicia, por su propia definición, o es para todos, o ésta ya no existe. No se puede predicar la liberación de unos mientras se masacra tranquilamente a los otros (y, así, hablo sobre la opresión machista mientras me bebo un vaso de leche o me tomo una tapa de jamón, sólo por poner un ejemplo).
    De ahí que la ideología de la liberación es forzosamente vegana, por llamarlo de alguna manera, pues es la única que insiste en destapar también esta falacia del especismo como clave para lograr la auténtica liberación social, y como única vía real, al final, de que la desigualdad realmente termine. En la economía de valores del patriarcado, a mayor inocencia y vulnerabilidad, menos valor, es decir, mayor potestas sobre el sujeto y mayor grado de abuso. Es intolerable que sea así, pues en la realidad es justamente lo contrario: a mayor respeto por la vida y por la vulnerabilidad de los más inocentes y desvalidos de nosotros, mayor valor hemos de darle a todo lo que respete el derecho a vivir que tenemos TODOS sin excepción. El sistema de valores no podrá ser revertido si los animales no son liberados también, y todo lo que no les incluya en la ecuación, volverá a ser, por pura lógica, una versión más del patriarcado y de la desigualdad, con independencia de la cobertura ideológica con que se barnice la idea, pues la igualdad, o se predica de todos, o no se predica en realidad. Y el especismo es, probablemente, el último as en la manga escondido por el ladino demirugo que escribe la historia del sufrimiento.
    No hay felicidad ni paz sin veganismo, así de sencillo. El veganismo trasciende todos los movimientos e -ismos, y se sitúa en la raíz misma del problema. Estamos legitimados para rescatar a los animales y luchar por sus derechos, pues el resto de posibilidades son meras falacias.
    Tengámoslo claro. 


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