Este artículo trata de la raíz de todas las cosas. De la base podrida que nadie quiere ver, del problema básico que nadie quiere resolver.
Conocí a alguien que me dijo que estaba en contra del maltrato animal, aunque por otro lado comía carne, pescado y secreciones corporales de animales. Este hombre, a quien llamaremos señor X, arguyó que era censurable aniquilar a los animales en el matadero industrial, pero que darles una buena vida en libertad para acabar sacrificándolos igualmente, era lo correcto y lo moral.
Es decir, que para él, tratar bien a un animal, hacerle creer que se le respeta y se le cuida, ganarse su confianza cada día con gestos propios de quien es amigo y protector, y llegar un día y asestarle una puñalada en el corazón, o rebanarle el cuello, era lo decente, lo normal y lo ético.
A su vez, en una obvia maniobra que se me apareció clara de inmediato, fingió ser mi amigo, me trató bien o actuó como si me tratara bien, pero en el fondo su objetivo conmigo era tan utilitarista como su actitud hacia el animal que él está dispuesto a engordar sólo para poder regodearse en el macabro festín de su carne muerta. Sólo que a mí no pensaba convertirme en filetes o entrecotes, sino en la persona que le haría el favor de ayudarle a salir de un embrollo legal. Aunque visto lo visto, he tenido suerte por ser animal humana, pues si hubiera sido hembra no humana, mi destino habría sido mucho más triste y cruento. Por si acaso, he decidido no quedarme nunca a solas con el señor X, no vaya a ser que le entre hambre, y me descuartice a traición en su demente configuración de la ley de la selva y de la supervivencia. Como me dijo una vez un pseudomacho alfa carnista: " si se tratara de tú o yo, claro que te mataría para sobrevivir". Qué bonito y qué romántico.
Creo que lo decente es siempre ir de frente. Y que si alguien quiere de mí que le ayude con un entuerto legal, basta con que me lo pida, y acordemos qué voy yo a percibir por esa ayuda. Pero arrojarme cacahuetes de falso aprecio o tibia amistad, como si yo fuera un pobre mono condenado a hacer reír a los desalmados humanos, era innecesario, amén de patético. El señor X sabe muy bien que la vaca se dirige al matadero más fácilmente entre sonrisas amistosas y aprovechándose de la confianza ganada con ella en un vil engaño diabólico. No tengo palabras para expresar la profunda repulsión que esto me causa, pues aunque condeno igualmente el maltrato y el asesinato de cualquier animal ( y para mí el ser humano es una animal también), no es mejor quien finge querer al animal para poder asesinarle mejor, que quien directamente le da el mensaje claro de lo que le espera.
Y una vez más he observado, en una tesis que se repite ad nauseam, que quien es especista es también falso, vacuo e hipócrita, y tiene completamente normalizado el uso de las personas también, por mucho que lo quiera maquillar con consignas metafísicas, frases manidas sociales y políticas, o tópicos zodiacales.
Son tantos los hombres y las personas en general ( pues el sexismo y el especismo no son exclusivos de ningún género), que se acercan a mí fingiendo lo que no son, fingiendo lo que no sienten, y usando la natural inclinación a la buena fe y a la confianza que aún milagrosamente conservo, para obtener de mí atención narcisista, vacuas dosis de refuerzo de su desvencijado ego machista/especista, o un favor material, que empiezo a pensar que ya no queda ningún humano mínimamente decente en el planeta Tierra.
No necesito promesas de una amistad que nunca llega, de un aprecio inexistente, de una comprensión fingida o que me envíen señales contradictorias de "me gustas pero no me gustas", para poder cumplir un pacto o mi parte de un trabajo. No necesito ser seducida, y cualquier persona que trate de seducirme aunque sea mínimamente para hacerme creer que quiere otra cosa de mí que no sea sexo fácil, atención sincera no recíproca, o un trabajo legal, o dinero, o la nacionalidad española, o que le compre un móvil, es una persona patética, tarada y manipuladora. Y una parte esencial de los problemas de los que luego se queja tan absurdamente.
Quizá no debería de haber pensado que esta vez el milagro de la conciencia se produciría, no debería de haber pretendido que las señales no estaban ahí vociferando "cuidado". Pero tenía que intentarlo, aunque fuera sólo por la poca bondad que pueda quedar en el mundo, por algún animal hermoso que tal vez pudiera ser salvado por la acción de mis palabras o de mis actos; tenía que intentarlo aunque fuera sólo por la vida misma que pulsa esperanzada en algún sitio, aunque pulse cada vez menos, cada vez menos....
Así que, especistas del mundo, seguid protestando contra el sistema, seguid pensando que soy un juguete básico y bobalicón al que hay que dorarle la píldora para que la estocada final del abandono le duela menos, seguid hablando de conjunciones planetarias y vidas paralelas, que, a mis ojos, sois la misma mierda de siempre: pura hipocresía utilitarista.
De nuevo compruebo que el especismo es el vicio moral más pérfido de la sociedad humana, y que su grado de brutalidad es directamente proporcional al grado de falta de empatía básica que recorre el tejido social a diario, envenenándolo sin piedad de una falsa apariencia de bondad y buenismo rancio que es poco menos que deprimente, decepcionante y propio de tarados o imbéciles profundos.
Los idiotas gritan y lanzan peroratas, disertan sobre derechos y libertades básicas, acusan a las élites de ser sanguinarios y pedófilos, de comer niños, de hacer rituales satánicos de extracción de adrenocromo; gimen sobre los complots de Soros para dividir a los géneros y se dicen de izquierdas o de derechas, pero lo cierto es que son todos iguales: despreciadores de la vida ajena, adictos a la sangre empapada en cortisol de los peces, aves y mamíferos que tragan sin piedad, y unos incoherentes de primera clase.
Fue ingenuo por mi parte creer que el señor X me apreciaba y que realmente deseaba mi amistad sincera. El señor X ve a las vacas y a las mujeres de igual forma: como carne que explotar. Y al igual que el señor X no le da a entender a la vaca de su establo que sólo pretende asesinarla, tampoco me dio a entender que sólo pretendía usarme aprovechándose de mi vulnerabilidad y de mi idealismo. Si le pudiera hablar con sinceridad a este señor, le diría que no necesito sus ridículos alardes de seductor de pueblo para motivarme en mi trabajo. Que para alguien como yo, sus modus operandi son prístinos y tristemente predecibles, y que ha cometido un grave error al creerse que soy gilipollas.
Pero claro, yo soy la radical, la loca, la que no ha entendido lo que ha pasado, la que alucina pepinos en vinagre. La que no entiende las cosas; la rara, la que no importa.
Lo cierto es que tú y sólo tú, especista, eres el cobarde sin alma capaz de cultivar el amor en un ser puro e inocente mientras ocultas en tu retorcida mente el objetivo, desde la primera falsa y actuada muestra de cariño, de matarme. De matarle.
Dictus est.