domingo, 19 de enero de 2014

Apología de la estafa


 Hace no mucho, compartiendo mesa y conversación con el último profesional de las verdades a medias que me coló el cuento del amor de pareja, me explicaba éste con ojos brillantes de orgullo y una sonrisa de la más pura satisfacción, cómo su hermano, empresario, según él, de profesión, le había estafado a la ONU varios miles de millones de euros. Decía, con la satisfacción fervorosa de los próceres patrios, que su hermano era un tipo muy arriesgado, que en la ONU le habían comisionado a la empresa fantasma de su consanguíneo la ejecución de una obra en Irak, supuestamente un hospital, proyecto que se quedó en mera voluta de humo cuando nuestro héroe y otros de su categoría moral se embolsaron la pasta y nunca más se supo. Ahora, su súper hermano empresario (¿no se les ha llamado a éstos “estafadores”, “delincuentes económicos” o “sinvergüenzas” así sin más, toda la vida?) se pasea con su estirada mujer por Sevilla, que es una maravilla, enfundados en carísimos ropajes fashion y pegándose la vidorra padre y madre, y si es verdad que hay niños y mujeres enfermos en Irak, que les den, total, a mí plim… Como buena ingenua que soy, y lo reconozco, no se me ocurrió pensar otra cosa que yo iba a correr mejor suerte en estas lides de las estafas, y lo que más me sorprendió fue presenciar la ausencia total de pudor o de remordimiento de ninguna clase en este novio postizo que yo me había echado, cuando me contaba la proeza acrobática monetaria de su hermano el emprendedor. Y tengo que reconocer, para mi propia vergüenza, que el argumento que me dio este Don Juan valenciano era de lo más razonable e impecable, y que, en cierto modo, tenía razón en verlo de la siguiente manera: si existe gente tan jilipoyas, me decía, como para pagar estas sumas a otros y no reclamarles responsabilidad ninguna, y si la gente es tan jilipoyas, además, como para pagar y pagar impuestos y sostener a una clase política carroñera y aprovechona, y no saber ni querer saber el contribuyente ni a quién ni para qué  da el dinero, pues era lógico que su hermano y compañía cogieran el dinero y au, dado que aquí nadie decía esta boca es mía. Dame pan, y dime tonto…

El argumento era aplastantemente incuestionable, y, entre el estupor y el malestar, y la sorpresa y el mutismo interior, tuve que reconocer que este casanova de la huerta mediterránea tenía más razón que un santo. Es decir, que mientras existan ingenuos, habrá estafadores, así sin más. Y que si uno es inocente, es su problema, pues hay que ser muy tonto como para permitir que otros le soplen a uno los cuartos de esa manera. ¿Qué tendrá de malo la inocencia?-me preguntaba yo en mi fuero interno. ¿Es lo mismo ser inocente que ingenuo? Parece obvio que no. El inocente lo es porque inocencia es lo que somos, es nuestro precioso tejido vital, es nuestra esencia, y sin ella, la vida es un valle de lágrimas donde no hay maravilla, aventura ni amor ni nada por lo que merezca la pena vivir. La inocencia nos mantiene limpios de corazón, amables, inocuos y pacíficos, creativos y frescos; vivos, en definitiva. La ingenuidad como adultos nos torna, en cambio, manipulables y estafables. Nos hace presa de depredador. Plato principal de comensales carnívoros. La ingenuidad es, de hecho, la consumación de la traición a la inocencia, el desconecte del sistema central de inteligencia que la inocencia dirige y coordina, precisamente para preservarse. Y yo estaba siendo ingenua una vez más, pues poco o nada sospechaba yo en aquel momento que mi partenaire me estaba estafando también, pero emocionalmente, y sin rastro de malestar por su parte, pues, como él muy bien decía, si yo era tan boba como para creerme todas las florituras románticas que me soltaba cuando era tan obvio que sus acciones iban por otros derroteros, era únicamente mi problema y mi responsabilidad. Y le doy toda la razón. Mi inocencia había tomado, una vez más, el camino equivocado, y le había entregado su tesoro a un estafador profesional, tornándome una pánfila en toda regla, y cargando así con todas las consecuencias que este status de femina ingenua mío podía acarrear en una mujer de mi edad. Así que, al igual que otros muchos pagaron, con la venda en los ojos y conmovidos por la filantropía internacional, posibilitando con ello el enriquecimiento fácil de otros pocos, así yo le había pagado a este hombre el activo de mi cuenta emocional, bien vendadita y ajilipoyada como estaba por las inflamadas propuestas amorosas del tipo, por la megaempresa parejil que se proponía construir con mi adoración incondicional, que, claro está, nunca se construyó ni ganas que había, y se acabó evadiendo con todo el capital para seguir viviendo la buena vida, ya incluso con otros objetivos carnales en mente, aunque siguiera afirmando, como buen estafador que era (se ve que de casta le viene al galgo), que yo era el amor de todas sus vidas, su origen, la mujer en quien concurrían todas las mujeres. Lo que fuera con tal de explotar el servicio, el servicio carnal que la ingenua de turno que yo era le brindaba totalmente autoengañada con respecto a la operación financiero-emocional de fondo. Tenía yo entonces tanta hambre de bondad, y me sentía tan carente de benevolencia, que le di mis ahorros al primero que me recitó una jarcha conmovedora, al primer trobador enardecido que se paró frente a mi balcón, sin detenerme yo en ningún momento a reconsiderar hasta qué punto sus cánticos de amor no eran más que una parte del modus operandi característico de los estafadores emocionales, de los degustadores de carne fresca, de los amantes jetas de la entrepierna femenina.

Así que no tengo más remedio que darle la razón, y toda la razón, y nada más que la razón. Si fui tan ingenua como para no ver lo obvio, lo que me ha pasado me lo merezco. Ya me lo dijo una convecina a la que le conté lo que este señor me decía cuando estaba conmigo: “Yo habría salido corriendo, está claro que ese tío no estaba bien del coco”- mientras la susodicha me miraba con la extrañeza con que miraríamos a alguien que nos cuenta, compungido y deshecho en lágrimas, que le han hecho la estafa de la estampita. “Pero bueno- le diríamos- ¿cómo te tragaste eso, si es un truco más viejo que el mundo?” Y pondríamos cara de alucinados, porque, la verdad, la ocasión lo merece.

Confieso que he sido ingenua, y que me han estafado con todas las de la ley. Y que ahora no le puedo reclamar a nadie, porque no he sabido administrar mi fondo emocional, y la cosa cantaba clara desde el principio. Fui la única que no lo vio venir, la que defendía a su estafador, hambrienta de hermosas promesas como estaba, la que le dio la clave de la caja fuerte a un desalmado de los amores, con gusto y autoengaño, porque, la verdad, qué bien mentía, señores, pero qué bien lo hacía…qué arte, qué facilidad de palabra, qué capacidad de engatusamiento, cuánta incoherencia que yo me empeñaba en traducir en honestidad, qué floritutas lingúísticas, damas y caballeros, respetable público, qué actor tan magnífico, o… qué mujer tan boba, tan necesitada, tan soñadora, tan inexperta y pueril, tan desvalida, tan confundida, tan jilipoyas, como diría él, que a estas alturas aún se cree lo del timo de la estampita de San Valentín….yo no sabía que se podía mentir al corazón para obtener beneficios carnales fáciles, con alevosía y premeditación, y ahora lo sé, lo sé, lo sé de buena tinta. Se puede, pero, como bien decía este pigmalión de las cortes de la lascivia, se puede porque hay gente que así lo quiere. Amén.

1 comentario:

  1. Con la primera historia difiero. Si estos personajes nos estafan es porque quien tiene nuestros impuestos se lo da bajo manga. Y da igual que estén estos que otros, quien recoja los impuestos hará lo que le venga en gana con ellos. Y difiere también porque en el primer caso nosotros, los estafados, no tenemos necesidad de invertir en donde sea, llámese hospitales, carreteras, autopistas, aves, ciudades de las ciencias, fórmulas 1,regatas a mas no poder, pero en la siguiente sí se nota una necesidad tuya por ser querida, por ser amada y es ahí donde entran esta gente falsa del amor... Muchos de ellos ven en nosotros necesidades, ya sea emocionales cómo monetarias, y se lanzan cómo buitres... Ahora mismo te diría de un montón de gente que supuestamente, claro cobrando, ayudan a otra mucha a emprender negocios, ya sea en casa como fuera de ella. Necesidad monetaria, y ya tenemos al o a la choriza de turno para meter la doblá...

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