El argumento era aplastantemente
incuestionable, y, entre el estupor y el malestar, y la sorpresa y el mutismo
interior, tuve que reconocer que este casanova de la huerta mediterránea tenía
más razón que un santo. Es decir, que mientras existan ingenuos, habrá
estafadores, así sin más. Y que si uno es inocente, es su problema, pues hay
que ser muy tonto como para permitir que otros le soplen a uno los cuartos de
esa manera. ¿Qué tendrá de malo la inocencia?-me preguntaba yo en mi fuero
interno. ¿Es lo mismo ser inocente que ingenuo? Parece obvio que no. El
inocente lo es porque inocencia es lo que somos, es nuestro precioso tejido
vital, es nuestra esencia, y sin ella, la vida es un valle de lágrimas donde no
hay maravilla, aventura ni amor ni nada por lo que merezca la pena vivir. La
inocencia nos mantiene limpios de corazón, amables, inocuos y pacíficos,
creativos y frescos; vivos, en definitiva. La ingenuidad como adultos nos torna,
en cambio, manipulables y estafables. Nos hace presa de depredador. Plato principal
de comensales carnívoros. La ingenuidad es, de hecho, la consumación de la traición a la inocencia, el
desconecte del sistema central de inteligencia que la inocencia dirige y
coordina, precisamente para preservarse. Y yo estaba siendo ingenua una vez
más, pues poco o nada sospechaba yo en aquel momento que mi partenaire me
estaba estafando también, pero emocionalmente, y sin rastro de malestar por su
parte, pues, como él muy bien decía, si yo era tan boba como para creerme todas
las florituras románticas que me soltaba cuando era tan obvio que sus acciones
iban por otros derroteros, era únicamente mi problema y mi responsabilidad. Y
le doy toda la razón. Mi inocencia había tomado, una vez más, el camino
equivocado, y le había entregado su tesoro a un estafador profesional,
tornándome una pánfila en toda regla, y cargando así con todas las consecuencias que este
status de femina ingenua mío podía acarrear en una mujer de mi edad. Así que, al igual que otros muchos pagaron, con
la venda en los ojos y conmovidos por la filantropía internacional, posibilitando
con ello el enriquecimiento fácil de otros pocos, así yo le había pagado a este
hombre el activo de mi cuenta emocional, bien vendadita y ajilipoyada como
estaba por las inflamadas propuestas amorosas del tipo, por la megaempresa
parejil que se proponía construir con mi adoración incondicional, que, claro
está, nunca se construyó ni ganas que había, y se acabó evadiendo con todo el
capital para seguir viviendo la buena vida, ya incluso con otros objetivos
carnales en mente, aunque siguiera afirmando, como buen estafador que era (se
ve que de casta le viene al galgo), que yo era el amor de todas sus vidas, su
origen, la mujer en quien concurrían todas las mujeres. Lo que fuera con tal de
explotar el servicio, el servicio carnal que la ingenua de turno que yo era le
brindaba totalmente autoengañada con respecto a la operación
financiero-emocional de fondo. Tenía yo entonces tanta hambre de bondad, y me sentía tan carente de benevolencia, que le
di mis ahorros al primero que me recitó una jarcha conmovedora, al primer
trobador enardecido que se paró frente a mi balcón, sin detenerme yo en ningún momento a
reconsiderar hasta qué punto sus cánticos de amor no eran más que una parte del
modus operandi característico de los estafadores emocionales, de los
degustadores de carne fresca, de los amantes jetas de la entrepierna femenina.
Así que no tengo más remedio que
darle la razón, y toda la razón, y nada más que la razón. Si fui tan ingenua
como para no ver lo obvio, lo que me ha pasado me lo merezco. Ya me lo dijo una
convecina a la que le conté lo que este señor me decía cuando estaba conmigo:
“Yo habría salido corriendo, está claro que ese tío no estaba bien del coco”- mientras la susodicha me miraba con la extrañeza con que miraríamos a alguien que nos cuenta,
compungido y deshecho en lágrimas, que le han hecho la estafa de la estampita.
“Pero bueno- le diríamos- ¿cómo te tragaste eso, si es un truco más viejo que
el mundo?” Y pondríamos cara de alucinados, porque, la verdad, la ocasión lo
merece.
Con la primera historia difiero. Si estos personajes nos estafan es porque quien tiene nuestros impuestos se lo da bajo manga. Y da igual que estén estos que otros, quien recoja los impuestos hará lo que le venga en gana con ellos. Y difiere también porque en el primer caso nosotros, los estafados, no tenemos necesidad de invertir en donde sea, llámese hospitales, carreteras, autopistas, aves, ciudades de las ciencias, fórmulas 1,regatas a mas no poder, pero en la siguiente sí se nota una necesidad tuya por ser querida, por ser amada y es ahí donde entran esta gente falsa del amor... Muchos de ellos ven en nosotros necesidades, ya sea emocionales cómo monetarias, y se lanzan cómo buitres... Ahora mismo te diría de un montón de gente que supuestamente, claro cobrando, ayudan a otra mucha a emprender negocios, ya sea en casa como fuera de ella. Necesidad monetaria, y ya tenemos al o a la choriza de turno para meter la doblá...
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