viernes, 21 de marzo de 2014

Yo, la Suma Antipática


      Esta tarde he salido, ya de noche, y sobre un asfalto regado de serpentinas de lluvia oscura, a cenar algo ligero al bar principal del pueblo de ochocientos habitantes en que perezco a diario. Tal vez porque estoy a reventar de cortisol y de progesterona; tal vez porque estoy a punto de la cuarentena; tal vez por hembra preclimateriana; tal vez por cabreo cósmico y desesperación mental; tal vez porque padezco un SEPT; tal vez porque Martes y Venus entraron en algo retrógrado; o tal vez por todo ello junto, o vete tú a saber... el caso es que últimamente estoy hecha una antipática, y me estoy echando fama de tipa dura e indeseable, especialmente entre ciertos especímenes de la "res macha", a los que siempre deseé dejar a la altura del betún pero no pude por ser demasiado pequeña, otras por medrosa, por insegura, o incluso por sabia. No sé qué fuerza habrá agarrado las cuerdas de la marioneta polichinela que soy en este tonto escenario de egos y anestesias varias en que ahora estoy siendo representada, pero sin duda se complace en pegar tremendos cortes verbales al primer sujeto que ose faltarme al respeto y no tratarme como a una gran dama. Sin apenas yo controlarlo, escupo espadas que se forjan como palabras, frases que punzan como dardos paralizantes, y miradas de esas que matan.

Situación: la chica entra al Bar Ballesta, que se encuentra lleno de hombres cincuentones semiborrachos que braman todos juntos cual becerros obnubilados en berrea. Entra, como ya es costumbre, con el gesto de Lara Croft y la cadencia de Billy El Rápido, el sadismo de Cat Woman y la arrogancia de una aspirante al grado de Tenienta Coronela en la Armada Interespacial Suprema. Se acerca a la barra, ojea la vitrina, e inicia encantadora conversación con camareros jóvenes con los que tiene cordial y respetuosa relación de camararería. Se toma su tiempo, hace sus preguntas, los dos camareros la escuchan y contestan. Bromean, se ríen, ella hace gala de su arrebatadora y poco discreta personalidad...; diserta ella ahora sobre unas costillas a la barbacoa y el mito de la creación de Eva, mientras dos hombres toman cervezas a su lado derecho. En eso, uno de ellos se gira y le suelta:

- Podrías decidir ya de una vez y dejarme pedir a mí, que por tu culpa llevo un rato esperando para pedir...

Ajajajajajá-ajajajajajjá-ajajajajajjá- ríe, malévola, la justiciera pistolera que llevo dentro. Miss Hulk comienza a crecer incontrolablemente mientras se le cargan de furia las cartucheras.

Y con el tono más gélido, afilado y chulesco a la par que impecable, que soy capaz de interpretar, acompañado de una máscara facial a prueba de bombas ( El Padrino, a mi lado, un aficionado...) y una mirada de heroína borderline que ni en los clásicos bélicos, le replica-o:

-Si tienes algún problema respecto a la forma en que estoy pidiendo mi cena y sus repercusiones en tu estómago, creo que deberías dirigirte a la dirección de este establecimiento, y no a mí.

Para algo me sirvió tragarme todos los spaguetti western de Bud Spencer y Terence Hill de pequeña, uno por uno. ¡Ahora lo entiendo! (slurp..)

Me ha faltado echarle un yapo de hielo a la cara. Lo intento, pero tengo la cubitera automática de mi egoconstructo averiada o fuera de servicio.

El tipo la mira asombrado e incrédulo, y contraataca:
- ¡Ah! ¿Y qué pasa entonces? ¿Que me tengo yo que esperar porque a las mujeres os dé la gana? Las mujeres...
-Si tienes algún problema con las féminas, cuéntaselo a un sicoanalista- le tapa la boca ella con una soberbia tal, que por un instante teme realmente que el tipo le pegue una hostia.
El hombre la mira alucinado y yo no diría que está muy contento que digamos.
- Tú ahí, que si ponme esto, que si qué es lo otro, toda exigente, sin pensar en los demás....
- Yo soy como quiero y hago lo que quiero, y no te he pedido la opinión al respecto, ciao- vuelvo a cortarle en plan Rambo. Menos mal que no tengo licencia de armas.

    Cuando me siento a la mesa a cenar, estoy temblando. La adrenalina pulsa por todo mi cuerpo, y estoy incómoda, tengo ganas de llorar, y no sé qué carajos me está pasando, pero estoy en la fase más chulesca y macarra, feminista, feroz y bestia que he tenido en mi vida. Es la séptima vez en una semana que le tapo la boca a un hombre que me viene con jilipoyeces de culpa, desprecio o que me quiere echar la pata encima. Al penúltimo le dije que iba a denunciarlo por acoso e injuria en cuanto volviera a hacerme cualquier comentario no autorizado sobre mi persona. Estoy fuera de control, siendo tan estúpida como siempre quise ser, poniendo cara de asco a la primera y disfrutando enormemente de dejarle bien claro a la gente (especialmente a los macho man) de qué voy y hasta dónde pueden llegar conmigo. Los hombres que no aman a las mujeres se han terminado para mí, y mientras los hago desaparecer por completo de mi vida, me complazco en descargar toda mi labia, mi agresividad, mis conocimientos legales y mis talentos interpretativos para demostrarme a mí misma no-sé-qué.

El caso es que cuando he ido a pedir la cuenta, este hombre había pagado, antes de marcharse, mi consumición. 

Ironías de la vida, don't you think?

Me pregunto qué pasaría si estos hombres me hubieran visto hoy llorar desnuda al sol cuando recibí este mediodía, sola y abatida por la pena, el equinocio que marcará el Big Crunch de mi vida. 

       Alabado sea Dios: ahora resulta que me encantan las Fuerzas Armadas y los ejercicios milicianos, el ejército y las artes marciales. Qué vida ésta....

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