sábado, 18 de abril de 2015

Digamos II


Digamos, por ejemplo, que hubo desde siempre una Isabel, y su hija Isabelín. Digamos, entonces, que la primera era mi madrina, y que la segunda era la niña guapa de ojos verdes.

Digamos también que yo veía ángeles, y hablaba con gente que se suponía que no estaba allí. Supongamos que el diablo también me visitaba en forma de luz incandescente roja.

Digamos que todo era plano y monocorde, y yo existía en dos sitios: uno precioso con un piano y otro pequeño de cartón donde la vida era como un continuado ejercicio de penitencia.

Digamos que había dos Emilios, el padre y el hijo. Supongamos que había también una niña llamada Ana.

Digamos que por las noches yo me distanciaba de mi nombre y me liberaba de él y sus historias. Supongamos que yo creía que me llamaba Iris. Y que, mucho tiempo después, cuando escribía historias y ensayos, me llamaba entonces Carolina Espejo.

Digamos que estaba Cristóbal, un hombre guapísimo con ancestros franceses que me adoraba, y que era mi tío, que tenía preciosos ojos verdes, y que murió cuando yo sólo tenía 7 años. Y ya no fui de nadie princesa ni niña de sus ojos, ni nada. Supongamos que vino a despedirse de mí rodeado de luz blanca y me dijo que ya no pertenecía a mi mundo.

Supongamos un 2 de Abril, y un 12 y un 13 de Agosto.

Digamos que siempre estaba siendo monitoreada, y me entrenaban para algo muy difícil que yo desconocía, y me rodeaban cámaras y ojos por todas partes.

Todo esto, digamos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario