sábado, 18 de abril de 2015

Digamos III


Digamos que desde que nací te he estado buscando. Supongamos que siempre te sentí. Que estás firmemente arraigado en mí desde el principio de los tiempos. Que en la base blanca de toda aquella parafernalia de cartón-piedra, estabas tú fragmentado en una intrincada historia, como un juego de piezas de puzzle, con personajes repetidos y nombres que se duplicaban y un dolor de creer que nunca te encontraría.

Digamos que encontrarte y amarte es, ha sido, es, sería, será, hubiera sido, habría sido, fue y era la razón de mi existencia.

Supongamos que te amo búdicamente, paradisíacamente, en todos los planos y esferas. Digamos que tú eres el cosmos. Mi cosmos, mi algo, mi todo, y nada mío y todo dentro y nada fuera y el que nada no se ahoga.

Supongamos que te veo todos los días en una montaña frente a mi casa, más guapo que todos los soles, dorado, sonriente, y que tú eres para mí la imagen personificada del amor.

Todo esto, digamos.

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