Digamos que una vez, todo estuvo claro. Hace tanto de eso, que hasta ya empiezo a dudar de esa claridad. Supongamos, no obstante, que yo era pequeña, y había mucha luz, y yo tocaba un piano de cola en una sala redonda y acristalada, y los pies no me llegaban al suelo.
Digamos que todo lo demás era una pesadilla. Salvo un día que fui al campo, y me sentí viva y acompañada. Digamos que el resto de cosas, eran una burda infernalidad de la que sólo deseaba despertar.
Supongamos que siempre había brutos y niñas rubias con ojos verdes que eran mejores que yo.
Supongamos entonces que ha pasado el tiempo, y soy la bisagra de dos realidades paralelas, y me digo a mí misma que estoy tratando de hallar el agujero aquél por donde pasaba un camello, o tal vez se trataba del cabo de una aguja de coser.
Digamos que yo misma no sé muy bien qué significa. Como una carbon copy o el negativo de alguien que no soy yo siquiera. Digamos que sólo sé ser magnífica y vivir en la belleza y la abundancia de la misma.
Digamos que sólo cuando hago música estoy contenta y se acaban los problemas. Digamos que tengo un sueño magnífico que cuando desaparece, me sume en la miseria.
Digamos que no entiendo nada, y estoy muy sola.
Todo esto, digamos.
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