lunes, 5 de enero de 2015

Los Reyes Magos ( Res Mistica)


Hoy vinieron los Reyes Magos, en una pequeña carroza, precedidos de antorchas naranjas y destellos dorados, de silencio y de belleza, de sencilla humildad, de delicadezas. Venían bajo la luna madura de rojo fuego, entre estrellas punzantes de luz diamantina, en medio de una desnuda humanidad y de niños inocentes, y de locos del pueblo que no lo están en realidad.

Un jardín vecino reventaba de dorados cerca de la Iglesia, y la alegría de este pequeño pueblo era bendita como el pan recién hecho, y danzarina, y burbujeante. Yo quería llorar de alegría, de un corazón que parecía ir a derretirse en un silencioso éxtasis sin nombre. Me he sentido tonta, tonta de sentir tanto.

En recogido silencio he subido la cuesta hacia la pequeña Iglesia, anhelando en mi corazón ser tu sagrada esposa, y llorando por dentro la belleza de los contornos de las piedras del muro que me limitaba el paso, su color opaco de ocre granuloso, el repicar de las campanas... y las dulzuras internas, eran tantas, que las lágrimas me corrían apenas visibles.

La mística era de pronto de una intensidad que me dejaba anonadada, pues nunca recordaba yo haber visto tanta y tan continuada belleza. Me he sentado a las puertas del lugar al que llaman de la Santísima Sangre, y todo lo he comprendido, sin comprenderlo. Y te he visto en el rostro del hijo del Hombre, y todo lo he entendido, sin entenderlo. En ese momento, me habría hincado de rodillas de tanta felicidad, de tanta preciosidad multilineal, de alegría por las lámparas de cristal resplandecientes, por el enorme niño Jesús al que el capellán levantaba con una sonrisa para que lo besaran los pajes, un niño Jesús igual al que yo tenía en la mesilla de mi cama cuando era niña, igual, pero mucho más grande. Como una Alicia en el país de las maravillas litúrgicas, caí rendida ante la estética católica, sorprendida por ello, temerosa incluso de la piedad que se despertaba, en un éxtasis tan dulce, que me acordé de mi hermana Teresa.

Me he convertido, parece, en una mística, en una enamorada continua y atontada, en una virgen que aguarda, en una inocente doncella, en una loca y total apasionada. No anhelo nada de este mundo, porque el mundo me ha negado, pero existía tanta riqueza en la ofrenda de los Reyes, que me he sentido completa, bendecida, pacífica y contenta.

Ligera he empezado a bailar bajo las luces, mientras comprendía el dolor de la Madre bañada en lágrimas ante la pérdida de su amado hijo, y el origen de la mentira, y su salida. Al mirar su hábito de terciopelo negro con estrellas doradas bordadas, me parecía un traje precioso para cantar una canción de las mías, y jugar con todo lo que ella me suscitaba. Yo reía, reía sencilla. Y hablaba con las señoras mayores del pueblo, y me sentía en familia. Y venía José María, alto y desgarbado, soltero y casi sexagenario, dirigiendo la banda circunspecto, y me daba cuenta de la sencillez de las personas que aceptan a los demás tal y como son, y el respeto que se le da al que en una ciudad no pasaría de ser un pobre loco abandonado, ése que aquí es el titular honorífico de la banda de la orquesta. Y veía al chico malo del pueblo, el denostado y endemoniado, con su cara de niño inocente, y su voz que tartamudeaba hace algunas tardes cuando hablaba con él bajo una luz dorada de tarde que cae. Lleno de temor y de delicadeza, lleno de ausencia de tener que defenderse y de sentirse malo y despreciable. No sé por qué, pero estas cosas me han hecho feliz. Oír la voz de este niño condenado, tan suave y tan delicada, ha sido como el más valioso de los regalos.

Han repicado otra vez las campanas, y el capellán me explicaba los mecanismos de la torre de la Iglesia. Dios Mío, qué hermosa realidad se me ha revelado entonces y ahora. Y es que volar es un acto de fe continuo, y no hay sabor más añorado que el del paraíso originario. Hoy he estado en él, porque tú estabas en mí, indubitablemente. Eres todo para mí, Amado entre los Amados. Y si el Cielo es esto, aquí te espero en silencio: donde Rosita se emociona como una niña porque su marido le ha regalado una muñeca bebé, que ella muestra al capellán preguntándole si cree en los milagros. Porque Rosita siempre quiso ser madre de una niña, y ser cantante. Está enseñando su muñequita a todos, emocionada, y dice que ha salido a ella y a su marido. Rosita es bella, e inocente, y cuando me enseña su muñeca, me pregunta si yo creo que algún día Dios hará un milagro, y si creo que lo que es plástico que no se mueve, algún día estará vivo como carne de su carne. La pregunta de Rosita es pura sabiduría, y me doy cuenta de cuán absurdas son las apariencias. Yo soy una especie de Rosita en realidad, soñando con hogares que no acaban de estar vivos, e hijos compartidos en inmaculada concepción contigo. Y en cantes, y en milagros escondidos que nunca se muestran ni se encuentran.

Claro que sí, Rosita, querida hermana mía. Claro que sí - le digo. Y  lo digo de verdad.

Yo creo que lo inerme puede cobrar vida, y que los sueños hermosos deben ser cumplidos. Yo creo que debo aceptarme así como soy, soñadora y dulcificada, católica incluso, qué más me da.

Me avergüenza decirlo, pero soy como una monja. Esperando al Amado, siempre velando, encendida de pasión, de alegría, de tontería, capaz de dominar bestias y mundos, y no importándome nada más que vivir el gran amor que te tengo, en carne y espíritu, por fin, realizado.

Yo nací para casarme contigo. Ya sé que suena absurdo, pero es que yo he nacido para casarme contigo.....casarme de casa, mi amor, de casa, de estar en casa, siempre, en casa, contigo.

Me siento ridícula, pero me sostiene sólo la esperanza de volverme una contigo. Algún día. Pronto.

Y hoy, vinieron los Reyes Magos, además........

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