domingo, 17 de agosto de 2014

¿Aborto sí? ¿Aborto no?


Este largo debate que nos ocupa ab antiquo, adolece, en mi opinión, de un enfoque fundamental. Siempre llega ese momento en que te preguntan sobre el tema del aborto, y entonces ya sabes que la polémica y el encontronazo están servidos. Trataré de dejar claro mi punto de vista.
Cuando digo que no soy proabortista, los abanderados de la conciencia política moderna me miran con desdén, y casi inmediatamente me tildan de pepera, católica o pobre descerebrada anticuada que no ha recibido aún el toque de gracia feminista. No soy nada de eso, aunque tampoco tendría reparos en confesarme como tal si así lo sintiera. Me gusta mucho la libertad ideológica, por entendernos. Pero hay algo que creo deberíamos abordar cuando hablamos tan libremente del aborto. Lo primero, me parece, sería consultarlo con los sujetos abortandos. Es decir, hablemos con las personas ciegas, sordas, con defectos físicos importantes, o con las que han nacido con sindromes raros y estigmatizantes, o parálisis graves, o condiciones especiales psicofísicas. Tengamos el valor de conocer a esos seres, y afirmemos ante ellos que estamos convencidos de que no deberían haber nacido. De que lo ideal hubiera sido que su madre los hubiera podido abortar libremente. Porque eso es en realidad lo que creemos, ¿o no?
Dicen que el patriarcado se inició oficialmente, que no oficiosamente, con el Código de Hammurabi, ese megafalo legislativo que instauraba la hegemonía del varón sobre la faz de la tierra. Ya el derecho romano de las primeras épocas, en sus textos civiles, concedía al pater familias poder total para decidir cualquier aspecto concerniente a los que se hallaban bajo su esfera de dominio, incluido el derecho a la vida y a la muerte. O sea, que el hombre, por el mero hecho de serlo, y sin mayores consideraciones, podía matar o dejar vivir a cualquier miembro de su familia. Horrible, ¿verdad?
Quisiera saber cuál es la diferencia fundamental que radica en afirmar lo contrario: que la mujer, por el mero hecho de serlo, decide sobre la vida del nasciturus, y punto. Sí, ya lo sé: que el feto no es en realidad un auténtico ser humano.
 Podríamos entonces a continuación reflexionar sobre el hecho de que los nasciturus, e incluso los concepturus, se tengan en cuenta en las leyes civiles vigentes, especialmente a efectos de protección de sus derechos patrimoniales, y hereditarios sobre todo, reconociéndolos como sujetos de pleno derecho "en todo aquello que les resulte favorable". Mientras, a la par, afirmamos que, cuando se trate del derecho a la vida y a la integridad física ( y yo me atrevería a decir también, a su integridad humana y moral) de los mismos, que la madre decida lo que quiera, y sanseacabó.

Si esto no es síntoma de incongruencia, que alguien me lo explique, por favor. Tal vez el debate abortista está olvidando la visión más importante del asunto: la posicíón humana de la criatura en gestación.

He tenido la fortuna de conocer y tratar a personas que, de haberse aplicado la ley del aborto libre, nunca hubiera conocido. Y me parece una crueldad injustificable no considerar esta parte de la ecuación humana, y, dado que vamos a decidir, nada más y nada menos, su derecho a ser como son. Su derecho a vivir.
Deberíamos ponernos en contacto con las asociaciones de discapacitados, con las miles de historias de seres y niños nacidos sin ojos, sin miembros, o con síndromes extraños, o con dos cabezas, o con apariencia simiesca, o interconectados entre sí. Ninguna solución al asunto debería pasar por obviarles como seres dignos y maravillosos que son. Y que, debo confesar, me han dado las lecciones de amor más valiosas de mi vida. Con ello nada afirmo, pues, puedo jurar que, si ellos mismos, desde la honestidad, la dignidad y la libre expresión afirmaran mayoritariamente que tenemos razón, y que en todo caso, sólo porque la madre así lo quiere, deberían ser abortados y no llegar a ver la luz del sol, entonces, me plegaría a su voluntad sin rechistar, aunque bastante triste por dentro, lo confieso.
¿Qué debate real haremos sobre el aborto sin conocer a sus más directos afectados? ¿Les decimos a las criaturas sanas, pero nacidas en zonas míseras, que vamos a aprobar una ley de aborto libre para que no nazcan, porque total, para lo que les espera....? Lo digo en serio, vayamos a esos seres y digámosles abiertamente lo que pensamos sobre el tema. Digámosle que nadie debería nacer si la madre no quiere, y que ni siquiera es necesario que haya una aberrante razón de fondo como la de que no hay dinero suficiente o están deformados. Que somos egoistas y carentes de empatía, porque el feto no siente, y lo sabemos a ciencia cierta, pese a que todas las evidencias científicas muestran que el tubo neural ya está formado en las primeras semanas, y el corazón pulsando alegremente desde la séptima, así como las manitas y los piececitos ya esbozados desde ese mismo momento. Vayamos y digámoslo a la cara. A ver qué pasa.

No critico ni juzgo a quien aborta, no van por ahí los tiros. No se me ocurriría en la vida poner en cuestionamiento las razones que hacen que se tome una decisión como ésa. Pero no se pretenda frivolizar con el tema tampoco, o proponer una solución social global o nacional sin una reflexión sentida del asunto, que, me parece, pasaría, cuanto menos, por conocer a esos niños que no deberían estar, que son ciegos, que tienen huesos de cristal, que nacieron en suburbios miserables, que no tienen brazos o piernas, que van en silla de ruedas. Pasaría por intimar con esos colectivos y por preguntarles abierta y delicadamente sobre su punto de vista respecto del aborto libre, o del aborto con causa legítima.

Ninguna solución al aborto será válida sin este paso previo. Yo puedo afirmar, a día de hoy, que no querría que la vida se hubiera constituido sin ellos. Que para mí son únicos y preciosos, que son grandes maestros de humildad y de sentimiento humano, que me han hecho mejor persona al tratarlos, que me han hecho caer en picado de la absurda picota de mis vanidades. Que me han hecho ver que el problema de fondo no es ese, ni de lejos, que el problema de fondo es otro. Que les respeto, que les quiero. Que aborrezco el sufrimiento y la miseria, pero a ellos, les quiero con toda mi alma. Hasta el punto incluso de tornarme proabortista si me lo piden, si me hacen ver la luz de sus razones.
Y que algo tan grave como es interrumpir la vida de un ser que, a un nivel total, está recibiendo la aprobación de la vida para desarrollarse, debería pasar, como mínimo, por una profunda reflexión conjunta de la sociedad, de todos y cada uno de nosotros, donde, el paso primero y fundamental, sería el de colocarnos en su piel, en su inocente alegría de vivir, y, desde ahí, decidir de verdad qué queremos hacer como grupo social humano, tal vez, entonces, para contemplar estupefactos hasta qué punto realmente lo somos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario