jueves, 14 de agosto de 2014

Suma Sacerdotisa


He sido la amante del Sumo Pontífice, he conocido el sabor del tantra supremo. Con un ligero toque de sus manos, yo he alcanzado el cielo.
Con un roce en mi Ojo, un suave golpecito en la frente, mi Cáliz pulsó y conoció la dicha completa y perfecta.
Pero cuando quise tentar la Tierra, ésta no se abrió para acogerme, y caí en estrepitosa angustia, y aún sigo cayendo, sin estrellarme definitivamente.
Es eterna la caída.
No quiero caer más. Hoy deshago mis votos, mis votos de obediencia, mis votos de castidad, mis votos de renuncia, mis votos de austeridad.
Pues he conocido la Gloria, y ahí es donde quiero estar. Y la Gloria es Cielo, y también es Suelo, suelo sagrado, suelo bendito y eterno.
Hoy me retiro por siempre del Claustro y del Convento. Tengo miedo, y he olvidado la sencillez del campo, temo perderme en baratijas y quimeras, en mercadeos baratos, en tristes trastiendas.
Recuerdo un vago sabor de ser otrora Reina. Una Reina perfecta. Una dicha de rumores y abundancias, sin avaricias cortesanas. Cielo y Tierra en mí se aman, mas no hallan la fisura que en apariencia les separa. He perdido la gracia de la Soberana.
Camino descalza y harapienta, triste y sedienta. No creo que en la intriga sociopolítica halle jamás mi vivienda.

He caído desde los doseles escarlatas a las piedras punzantes del camino. Lloro y sangro, como cuando se pierde a un hijo. No puedo olvidar a mi amante, a mi amante supremo. No puedo vivir sin él, pero tampoco le encuentro. Me expulsó de su lecho un día, sin darme reales supuestos. No es legítimo obrar así para con quien fue inocente en la entrega de su sereno templo . El Sumo Maestro devino el más cruento de los mortales, lleno de infamias y traiciones, mundano e infernal, abominable.

Mi corazón se desangra en inútiles devaneos, y mientras erro, erro por un inmisericorde desierto, repleto de tristes espejismos, donde todo está seco, todo, salvo algunos recuerdos. De luz amable y sencilla, de una cabaña en el bosque, de un hacer el amor tierno y gozoso, de un amor puro como las rosas, fragante y dichoso. De un amor hermoso.

Yo recuerdo un reino, un reino que me pertenece. Estoy esperando a alguien, alguien que trae la otra mitad de la llave. Llevo demasiado esperando, llevo demasiado sufriendo, llevo demasiado alucinando. Siento el vergel al otro lado...pero no logro encontrar la clave para penetrarlo.

Mas ya he llegado hasta aquí, y soy demasiado consciente de que no tengo ya otro destino: estoy a las puertas por fin, más cerca que nunca, más imposible que siempre. No tengo a quien encomendarme ni me albergan creencias: sólo te intuyo, te intuyo ante las puertas. Dime si vendrás o no, dime si tú también me buscas, dime si eres el de la llave, o mátame con una palabra, pero no prolongues más mi duelo, que es inhumano tamaño dolor y sufrimiento.
No puedo vivir sin ti, ahora ya lo sabes. No quiero vivir sin ti, y si no vienes, seré un yermo cadáver. Un cadáver que soñó ser música, familia y dulzura; como dijo aquel poeta tan amado: polvo seré, mas polvo enamorado.
Preferible es la certeza, que la torturante duda.
Si de verdad eres mi amigo, pronuncia la palabra pactada.
Mátame o dame vida, pero hazlo ya. Me da igual el resultado, sólo quiero morir, en un sentido u otro: como triste fantasma, como un pasado realmente olvidado. O como la que en verdad dentro de ti habita, pues eres tú el que siempre estuvo enamorado.

El tiempo ha terminado.

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