viernes, 8 de agosto de 2014

Cartas a Fernando II


Querido Fernando, hoy me ha llegado una imagen tuya casualmente, y me he quedado de piedra. Ciertamente, he dejado de conocerte. En ella aparecías en una asamblea de un nuevo partido político al que llaman Podemos, y me he preguntado qué estarías haciendo allí. ¿Dónde estará el hombre que un día conocí? Solías desdeñar esas proclamas y vivir por encima de ellas, o al margen de las mismas. Eso me gustaba especialmente de ti, y de hecho, junto a ti acabé apartándome de la arena política de forma definitiva, cosa que recibí como una magnífica liberación. Y ahora, residualmente, dado que yo misma me puse en contacto con la página de este movimiento a principios de año, para salirme de él enseguida, he recibido fotos de la última reunión, y en una de ellas estabas tú (o quien parece que eres ahora) dando al parecer un discurso o algo similar.
Me acuerdo de que me decías que yo era un reto para ti, pues te obligaba a salir de tu zona de comfort. A la que veo has regresado aún más intensamente como efecto rebote. No puedo decir yo lo mismo, que he surcado muchas y profundas aguas que me han llevado y me llevan a orillas nuevas y mucho más agradables para mí. Tal vez no lo decías en serio, y has descubierto que es en ellas donde estás a gusto. Has vuelto a "tu generación", como te empeñabas en autolimitarte dentro de un espacio temporal, en lo que resulta conocido, donde tienes un lugar, una historia, una música compartida que ha dejado de renovarse y un personaje bien apertrechado. No te juzgo, lo comprendo a la perfección. Tal vez tenías razón cuando afirmabas que soy demasiado joven para ti. Y cada vez lo soy más. Mi espíritu es burbujeante y joven, desatado y libre, y no sabes cómo lo honro y disfruto de él. Sé que no deseas ser perturbado en tus nuevos territorios, y no lo haré. Por ello estas cartas las lanzo al aire, por si desean libremente volar hacia ti. Son pájaros ligeros que se rigen por alegres cartas de navegación marcadas por la belleza y la luz de las estrellas.
No, Fernando, realmente no podría acompañarte a esas asambleas, dado que no creo en sus consignas, aunque las honro profundamente. La escuela de la vida está presente en todas partes. Sólo me duelo aún por no haberte podido llevar conmigo en mis nuevos viajes. Tampoco podría insertarme permanentemente en la Mistelera, y parecía que tú tampoco, dado que no poco te reías a veces de ella y de sus gentes, con todo el cariño del mundo, dado que mucho apreciamos y queremos nosotros a los compañeros de la misma. Mi mapa pasaba por nuevos rumbos, y cuando es el amor quien lleva las riendas, no es posible resistirse a su mando. No al menos para mí, aunque tú llegaste a afirmar un día, dentro de los días de radio, que se podía ir en contra del corazón. Yo creo que no se puede, pero hasta de eso se aprende.
Tampoco podría cantar año tras año en los mismos festivales locales, no porque no me parezcan geniales, sino porque lo siento desde otro sitio. No sabes cómo añoro aquel momento en que nos sentamos a presenciarlo, y reíamos y reíamos. Veíamos lo mismo, y era muy divertido, desde el palco de quien no se lo toma en serio, desde la tribuna de los que han elevado el vuelo y lo disfrutan desde otra perspectiva, sin perder el cariño por todo lo que nos rodeaba.
Me desdeñaste por no tener obra, y ahora que te mando un precioso tema compuesto y tocado por mí, ni siquiera te emocionas. Antes te deleitabas y volábamos juntos, y todo era posible. Nada ha cambiado por aquí, Fernando. Soy, si cabe, mucho mejor intérprete de lo que era cuando nos conocimos, y es extraño que, si antes, en mi torpeza, me adorabas, no lo  hagas ahora que he ganado en maestría. Me entristece, pero la música en mí no va a detenerse por algo así. A veces creo que dejaste de creer en ti mismo, o tal vez no estabas preparado realmente para dar ese salto del que tanto hablabas y que tantas ganas tenías de dar. Me trazaste un mapa, y lo he seguido a pies juntillas. Y yo no he caído en el matrix. Ahora mi chico está gustosamente instalado en él. Ha decidido olvidar sus promesas y sus dibujitos proféticos. No pasa nada, mi querido hombre, tal vez ese mapa lo era sólo para mí. Lo quemé en una crisis de hondo dolor, pero te aseguro que no se ha borrado de mi memoria. Lo recuerdo nítidamente.

Cuando empecé a recibir condenas por ser moderna, supe que habíamos extraviado el rumbo. No sabes cómo sufrí en silencio. Me cortaba las alas. Me impedía la autoexpresión y el goce. Tus ojos pasaron, de hacerme crecer en ritmo y belleza, a condenarme por mover demasiado las caderas o entregarme a la esencia de la música. Aún bailo para ti, Fernando, para aquellos ojos, para aquella mirada. Gracias por dármela. Me hizo volver a nacer. Tu mirada me hizo nacer a una nueva vida. Has sido mi partero, mi mentor espiritual, mi amante, mi padre, mi novio, mi amigo, mi tortura también. Lo fuiste todo para mí.

Pero no deseo regresar a los cinchos y las correas, a las limitaciones, por muy predecibles y seguras que puedan resultar. Simplemente, ya no son mi lugar.

Y sí, Fernando, mi amor a la música es tal que estoy a la vanguardia de ella, aunque en el carné ponga que no tengo los años como para que eso suceda. Hay cosas que, simplemente, yo no soy capaz de entender ni de acatar. Porque no me parecen inteligentes.

Tu inteligencia era para mí el mayor revulsivo de mis fuegos internos. No puedo entregarme a quien no me estimula con su mente. Pero en tu caso, hubo una sobreestimulación que me enfermaba. Había demasiada mente, y yo trataba de equilibrarlo con los caminos de la elegancia emocional, de la sencillez, de la confianza. Todos mis esfuerzos contigo fueron en vano. Y veía cómo te atraían otras mujeres, cómo deseabas realizar nuevas conquistas, y, lo peor de todo, veía cómo me lo negabas, cómo negabas lo obvio. Ahí también supe que lo nuestro estaba terminado, si es que alguna vez comenzó realmente, que ya lo dudo.
La deslealtad es un medio de perfecta eficacia para destruir la belleza. La deslealtad que supone mentir, y ahí sí que te perdía a todos los niveles, y supe que me habías traicionado. No creo que haya cosa más fea y vergonzosa que esa; sí, hay una aún peor: no reconocerlo y despreciar y cosificar a tu compañera para ocultar lo que para mí era claro como la luz del sol. Si crees que has sido capaz de engañarme en algún momento, estás muy equivocado. He visto todos y cada uno de tus movimientos, nada se me ha escapado, y por eso me marché, porque no me querías en realidad, Fernando, y sólo por eso me fui. Por no hablar de que he vivido tus historias en carne propia y desde la distancia, que es lo que sucede cuando amas de verdad. Ya lo experimentarás, y entonces, lo comprenderás.

Me queda una última cosa por confesarte, y es que, cuando Basilio apareció sorpresivamente en escena, le escribí un día diciéndole que yo sabía que él era mi alma gemela, y que todo estaba sucediendo para que los velos fueran finalmente retirados. Por alguna misteriosa razón a la que me pliego y rindo, y así traté de hacerlo y de comunicártelo, él y tú pronto os instalasteis en el mismo pack, y el uno me llevaba al otro y viceversa. Recuerda que tú también corriste a los brazos de Dagmar confesándole que aún la amabas y que yo sólo había sido una locura pasajera. En tu configuración también había dualidad. Sólo que yo no la podía llevar a lo físico ni quise hacerlo, y tú sí pudiste y lo hiciste. Yo habría sido incapaz de volver a tener intimidad con nadie tan pronto, de hecho he tardado casi un año en poder volver a hacerlo. Basilio y tú formabais parte de un acertijo espiritual que aún ando tratando de descifrar, y que poco a poco se va revelando y pacificando, pues estas pruebas así se presenta y diseñan, y no tiene sentido eludirlas, máxime cuando una ya siente que está preparada para afrontar cualquier visión que se le presente. El guión comienza ahora a tocar a su fin, y se va deshaciendo lenta y pausadamente, como deben en realidad hacerse las cosas que se gestan y se mueren, y vuelta a empezar. Como tú me dijiste un día, ya no voy a dar más vueltas en la espiral, querido antiguo esposo, ni pienso reiniciar un nuevo ciclo de lo mismo. Me dirijo al centro, a ese corazón donde miraré al espejo limpio, y aceptaré la visión del Yang que haya de aceptar, sin proyecciones ni deseos, sin miedo, serena. Estoy preparada para ver lo que sea.

Y poco más, Fernando, o lo poquito que queda de él en mi memoria. La distancia es el olvido, mi amor, y este Alzheimer inmisericorde lleva camino de cubrir los recuerdos con un espeso manto blanco en sordina. Aún te recuerdo de joven, el más guapo de todos los soles, la estrella inalcanzable, el hombre que me derrite, el amor imposible. La imagen eterna que no me abandona. No puedo olvidarte, amor. No puedo.
Ya estoy resignada a ser una estrella sin rumbo.....

He conocido a alguien nuevo. No tiene nada que ver con mis hombres. Aunque trae magias y señales con él. No puedo seguir esperando lo que no ha de venir. El manto blanco se cierne sobre mí a sabiendas de que no logrará que te olvide nunca, ni que una parte de mí sueñe tan sólo en volver a amarte fuera del tiempo como solía ser, en ser testigo de la apertura de tu corazón, en impregnarme y preñarme de tu esencia y correr el riesgo de no volver a ser nunca ya la misma. De que tu ternura me transforme por completo, me rompa todos los planes en pedazos, me derrita y me convierta en un charco de agua indefenso que cualquier sol pudiera transformar en un vapor sin trascendencia. Tal vez en esos mínimos 21 gramos que dicen que pesa el alma.

Me aterra pensarlo, lo rechazo de plano. Y, al mismo tiempo, no creo querer desear ninguna otra cosa en este mundo. Pero no me aferraré a la forma, porque la forma ha desaparecido, y me agarro a asideros que, por nada sólidos, me hacen caer estrepitosamente quebrándome huesos en cada intento de volver a encontrar tus brazos, de apoyarme en ti, que ya no eres ni estás. Y eso, lo voy aceptando. Como verás, nada tengo que envidiarle a Serrat y a los de su quinta, en cuanto a desgarros de amor y profundidades trágicas de preciosas memorias caídas en el olvido que nunca se olvidan.

Pero no me voy a instalar ahí, mi vida. Pues el que no se aferra, avanza, y no sólo no pierde lo pasado, sino que puede seguir acumulando más y más riquezas. Para entendernos, cariño, tener cuenta ilimitada en el banco también incluye disponer de menos, si así lo deseas. Pero quedarse en lo menos sí que no te permite experimentar lo más, pues lo más incluye a lo menos y lo abarca e integra, pero al revés eso no sucede.

Siempre tuya,

Patricia
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario