viernes, 8 de agosto de 2014

Cartas a Fernando

Querido Fernando,
Soy Patricia. Ésa con la que has construido una obsesión ciertamente desquiciante, que pretendo deshacer con estas cartas.
Mi querido Fernando, sabes que te quiero bien y aprecio sencillamente, pero no siento que tú y yo estemos destinados a un futuro juntos. Por mucho que lo he intentado, no siento contigo calor de hogar, y no deseo torturarme más por ello ni negarme a entrar en mi casa sólo porque resulta no ser la tuya. Mi querido Fernando....mi querido Fernando.

Empiezo a querer abandonar todas aquellas ideas y constructos de amor de pareja que sólo esclavitud me han traído. Mi amado Fernando, ¿crees que no hubiera querido amamantarte por siempre jamás? ¿Crees que no pienso aún que nadie me hará sentir lo que tú me hiciste sentir? ¿Que no echo de menos tu mirada como a los mismos soles? Mi amado Fernando....

Aquellos hermosos sueños se resisten a morir, y asisto impotente a un largo proceso de duelo donde sé que he de aceptar que los hilos se enredan y nos asfixian, y que necesito creer en la bondad de la vida, o pereceré de pena. Querido Fernando, ¿crees que aún no se revuelven en mi vientre posibles criaturas que tú y yo hubiéramos gestado? Si supieras cuánto lloro, Fernando queridísimo....tan tiernamente que me ahogo.

No es cuestión de amor, querido mío. Amor hay a raudales. Veneración también. Encanto, necesidad vital de ti incluso. Pero, ¿qué le vamos a hacer si en realidad no nos acabamos de gustar? Me dueles, Fernando, me dueles demasiado.

A veces pienso en qué hubiera pasado si te hubieras derramado sobre mí, si me hubieras finalmente ungido, si hubiera bebido de tu cáliz, si me hubieras hecho el amor en la más desnuda vulnerabilidad. Si te hubiera visto llorar sobre mí. Tal vez entonces todo habría terminado realmente, y aún estoy dispuesta a ello si es por el bien de ambos.

Mi querido Fernando, haré lo que sea por ti. Que es por mi también. Mi querido pequeñito, no tengas miedo y atrevámonos a averiguar si realmente quedó alguna piedra por remover, y removámosla juntos, que para mal no será, te lo aseguro. Hemos llegado a un punto en que realmente ya no hay nada que perder, y todo que ganar. La decepción, esta vez, no nos matará, te lo garantizo.

Querido amigo mío, te tiendo la mano para que camines por ti mismo. Amor mío, yo te quiero. Amor mío, yo te amo. Te amo como sea que tenga que amarte, pero si recuerdo has de ser, sé un dulce y alegre recuerdo....mi querido hermano, que fuiste mi Dios un día, no te deseo ya más en un pedestal inalcanzable e inerte, no seas estatua, ¡vive!

Vive en mí y vive en ti, vive, cariño, vive....mi amor, estás vivo. Yo me rindo a tu forma de existencia, pero vive, te lo ruego. Vive como tú sabes, vive cómo realmente eres, más precioso que todos los soles juntos, tan hermoso que me nace la avaricia de poseerte, aún a sabiendas de que es en vano. Tan bonito eres que no quiero que ames a otra, así de tonto es mi pensamiento a veces, cuando que ni yo misma creo que pueda tenerte como se tienen los amantes eternos. Cuando que yo misma a otras tierras me evado y con otros coqueteo, y te olvido incluso a ratos, y en otros brazos me veo.

Querido Fernando, estoy dispuesta a intentarlo, a liberarnos. Como una plácida amiga, como un tierno y antiguo amor de verano. La vida sigue y tú no estás ya. No quiero sentirme culpable por haberme dado en cuerpo y alma y habernos estrellado. ¿Qué culpa tenemos por haberlo intentado? Ninguna, cariño mío, ninguna....tienes derecho a ser feliz con otra, tengo derecho a ser feliz con otro. Tenemos derecho a hacerlo sin necesidad de torturarnos, de negarnos, de retorcernos en mil y una formas que nunca perviven y siempre acaban en tremendos dolores agonizando.

Me cuesta horrores, Fernando, pero quiero dar el salto. Agárrame de la mano, Fernando, agárrame fuerte de la mano, como dos niños que se lanzan al mar a nadar, o por un precipio a volar, o que se desposan para siempre en un inexistente altar. No hay buen destino nuevo sin una adecuada despedida. Yo te quiero despedir bien, mi querido amado Fernando. Y en ello ando, mientras me despido de todas mis historias del pasado, donde ya casi tampoco estás, Fernando....

¿Y qué le vamos a hacer, si así manda el guión? Ya casi nada quiero ya, Fernando. Apenas nada ya. La nada asusta, asusta mucho. Pero ya te has convertido en un extraño. Duele, pero eres ya para mí un extraño. El extraño que siempre fuiste, ése que venía de algún mundo desconocido y salvaje, hermoso y electrizante, profundo y de hechizante bellleza, pero que no es mi mundo, Fernando, no es mi mundo. Porque traté de hincar mis bastiones y apuntalar mis cimientos, y tus tierras me regurgitaron y expulsaron cada vez que lo hice. ¿Qué se puede hacer, Fernando? Si tus tierras y las mías pertenecen a demarcaciones distintas. ¿Puedo o quiero yo acaso vulnerar las leyes universales de la territorialidad? No, Fernando, no quiero. No quiero violar tierras, no sirve de nada, no se puede, además.

Con todo cariño,

Patricia

No hay comentarios:

Publicar un comentario